sábado, 16 de enero de 2016

LA BURBUJA INMOBILIARIA TAMBIÉN PINCHA EN MIJARES

Hace unos años publiqué en este blog un entrañable viaje por la extensa masía de Mijares, situada en el interior de la provincia de Valencia, para evocar las andanzas y aventuras vitivinícolas que mis antepasados, bisabuelos, abuelos y padres, habían vivido idílicamente en este espacio comarcal situado entre los municipios de Yátova y Buñol. Las numerosas visitas que ha tenido el artículo me hace sospechar que mi texto ha sido promocionado por parte de la inmobiliaria propietaria actualmente de esta finca rural de 353 hectáreas para convencer a posibles inversores y compradores de adosados de la belleza natural que esta finca ha conseguido mantener casi virgen, desde que se constituyera patrimonialmente en 1874 gracias a la iniciativa de los hermanos Millás.
El pinchazo de la burbuja inmobiliaria en España también ha llegado al valle del río Mijares, y por fortuna los rincones paisajísticos de mi memoria familiar continuan exactamente iguales que hace décadas, porque según las informaciones publicadas en prensa, los promotores de este asalto inmobiliario no presentaron el aval de 34 millones de euros a la Generalitat valenciana, institución que previamente había pactado con la SL Mijares Resort el desarrollo de una ATE (Actuación Territorial Estratégica). 
La bondad de esta operación comercial ofrecida a sus futuros usuarios como proyecto de desarrollo sostenible, motor de empleo y palanca de mejora del medio natural, al parecer se ha esfumado, no se si definitivamente, con la misma rapidez que los grandes proyectos del PP en Valencia (circuito urbano de Fórmula 1, visita del Papa, encuentro deportivo Valencia Summit etcétera) han pasado a mejor vida haciendo una larga parada en los tribunales para dirimir cuanto se robó y quienes fueron los ladrones. El cambio de signo político de las instituciones valencianas, al entrar una nueva mayoría progresista liderada por PSOE, Compromís y Podemos, hace pensar que por la ventanilla administrativa no van a tramitarse iniciativas de parecido perfil, que bajo la apariencia de desarrollo sostenible buscan transformar zonas verdes poco habitadas en espacios de especulación inmobiliaria y turismo selectivo.





Lo que inicialmente fue un PAI (Programa de actuación integrada) aprobado por el ayuntamiento de Yátova avalado por Mijares Resort SL, luego se transformó en el macroproyecto del que al aparecer ahora se ha desistido por falta de compradores, inversores y garantías de que se iba a llevar a cabo con el margen lucrativo que acompaña habitualmente a estas operaciones inmobiliarias. España cuenta con numerosos ejemplos de operaciones "resort", procedentes de unos años de gran especulación, promovidos en medio de la naturaleza, que ahora integran un parque inmobiliario de viviendas vacías y un triste escenario de desarrollos sostenibles inviables porque eran equivocados.
Da escalofrío recordar las cifras que vendieron los políticos valencianos, liderados por el expresidente de la Generalitat, el conservador Alberto Fabra, para convencer sobre la idoneidad de urbanizar el valle del río Mijares: inversión directa de 34 millones de euros, inversión indirecta de 70 millones, creación de entre 265 y 350 puestos de trabajo, actuaciones en 4 millones de metros cuadrados de monte y bosque, construcción de un campo de golf, de un hotel con balneario, de 571 adosados, de una hípica, de un centro de enoturismo... Toda una orquesta de elementos depredadores dispuestos a transformar unos recursos naturales en parque de atracciones donde hacer crecer los beneficios de una especulación insostenible. Si los hermanos Millás, Manuel y Vicente, levantaran la cabeza intentarían rápidamente regresar a su tumba ante tal espectáculo.
En el año 2007 un portal digital del mercado inmobiliario ofrecía en venta esta masía de Mijares por un precio de 2 millones 200 mil euros (más de 365 millones de pesetas). La descripción de la explotación agraria mantenía practicamente inalterables los datos y cifras publicados por el diario Las Provincias en 1883, con motivo de presentarse los vinos y licores de los Hermanos Millás en una exposición agrícola. Se vendía en 2007 una superficie total de 353 hectáreas (3.530.000 m2), distribuidos en 292 hectáreas de pino carrasco para madera (cada nueve años se hace un corte de árboles, en el último cayeron 10.581 pinos); 16 hectáreas estan ocupadas por 1.400 olivos, algunos con 17 años de antigüedad, con una producción anual estimada en 10.000 kg; 14 hectáreas estan dedicadas a viñedos, 1.440 cepas de variedades bobal para vino rosado y malseguera para vino tinto, con una antigüedad similar a la de los olivos y capacidad anual de 50.000 kg. La distribución se completaba con 12 hectáreas de huerta dedicada al cultivo de rosales y 18 hectáreas sin uso definido. Las hectáreas dedicadas a almendros, cereales y otros frutales recogidas por la información periodística de finales del XIX ahora habían desaparecido.
La referencia informativa del portal digital, escrita hace nueve años, daba otros detalles para justificar el alto precio de la venta, que, por cierto se indicaba "estamos dispuestos a rebajar algo". Esos complementos que incrementaban el valor inmobiliario eran la vivienda principal de tres plantas, a razón de 490 m2 por planta, con ocho habitaciones, un despacho, un gran salón, cocina grande, tres baños y amplios espacios diáfanos para múltiples usos. También se citaba el pozo de agua potable que tiene la masía con un caudal de 58 litros por segundo, una presa propia, la disponibilidad de un tramo del río Mijares para tomar el baño entre rocas, y la posibilidad de regular un coto privado de caza. Alrededor de la vivienda principal hay otra ocupada por los caseros, un edificio dedicado a guardar los apeos de labranza y tres viviendas dispuestas para alquilar. 
La finca disponía y dispone, según el portal inmobiliario, de una ermita reconocida como lugar de culto por el arzobispado. Precisamente esta capilla fue el escenario de una anécdota que relaciona Mijares con el fraudulento imperio económico de Ruiz Mateos. Durante 2004 esta explotación agraria estuvo unos meses en manos de los fundadores de Rumasa, que realizaron una visita acompañados por el patriarca Don José María. Este quedó encantado y pensó que era la Virgen María quien le había conducido a este rincón perdido del interior de Valencia, para encontrarse con un mapa de España en el que figuraban todas las advocaciones mariológicas que son objeto de culto en ciudades y pueblos del país. El mapa se encontraba enrollado y abandonado en la sacristía. Ruiz Mateos no pudo hacer sonar en su visita la campana de la capilla, pues anteriormente se colgó en la entrada de la masía para convocar a la comida a los jóvenes de la saga Millás que estaban jugando por los montes y el río.

Desde 1980 la finca de Mijares estuvo gestionada por un empresario vinculado con el grupo Finisterre de seguros, y aunque residía en Madrid procuraba pasar largas temporadas en su propiedad rural. Intentó mejorarla segregando más de 20 parcelas próximas al entorno del edificio central de la masía para construir casas de segunda residencia y destinar el beneficio económico de la venta a mejorar y relanzar la explotación agrícola. A su época corresponde la colocación de un curioso arco en la zona de baño del río con el lema de "Estamos en Masía Mijares. Feliz día", hecho que indica que intentó captar la atención de visitantes y nuevos residentes para paliar el aislamiento en el que vivían los ocupantes de la masía.
Durante la dictadura franquista Mijares atravesó un período gris y oscuro. Al morir mi abuelo Manuel Millás Sagreras en diciembre de 1941, sus hermanos y su viuda Salvadora decidieron venderla al conde Cevedos, que había mostrado interés por explotar la propiedad como coto de caza. No eran tiempos cómodos para aristócratas que buscaban refugiarse en escondidos parajes, los mismos donde maquis y perseguidos por la dictadura intentaban pasar desapercibidos y sobrevivían asaltando los corrales y las despensas de masías y fincas poco habitadas. El aislamiento y la inseguridad acentuaron el abandono de Mijares, que estuvo básicamente vigilado por el administrador del propietario, ya que vivía en la cercana población de Requena. Gracias a su permanente dedicación la finca no sufrió mayor deterioro, aunque en esas décadas nunca recuperó la actividad agrícola que había caracterizado sus orígenes.
Pues bien, he escrito este texto no sólo para contar la historia completa de una masia valenciana, sino también para animar a los actuales propietarios a que promuevan un buen hotel rural, un centro de enoturismo relacionado con la actividad comarcal, un espacio de rutas de senderismo y observación de la naturaleza, y que se olviden  de construir 571 adosados en medio de un desierto rural, porque esta actuación carece de sentido económico en un paraje que no demanda abrir un golf o una hípica para atender a un tipo de visitante que no existe ni existirá en esta zona. Y a los lectores de mi artículo escrito hace unos años les saludo de nuevo si es que han tenido el interés de leer la segunda parte del mismo, que hoy publico, donde he hablado de una operación inmobiliaria que pinchó como tantas otras iniciativas que intentaron ponerse en marcha en parajes rurales de España.