sábado, 21 de enero de 2012

POR DENTRO DE LA ANTIGUA XÁTIVA

            Es una tarde apacible de invierno. La aldaba de la noble puerta brilla gracias a los últimos reflejos del sol vespertino. La mano que representa refleja en silencio las huellas de miles de aldabonazos que durante siglos han producido visitantes y moradores de la elegante mansión. Se muestra pulida, muy pulida, como si acabara de estrenarse. Luce anillo y pulsera, como si se hubiera arreglado la modelo para un día de gala. Junto a la aldaba, el pomo de la puerta mantiene firme su potencia para poder empujar las sólidas puertas de madera resistentes al paso del tiempo. Las rejas de las ventanas y balcones mantienen las características de tradición y calidad. Seguro que salieron de las manos de herreros expertos de la comarca. En la estrecha y distinguida calle, todo parece antiguo, todo es antiguo. Edificios y aceras contienen una vida congelada en el tiempo.  Y, sin embargo, la gran mansión hoy se presenta nueva, con traje de fiesta, acaba de despertarse de un sopor histórico, gracias a la rehabilitación y a la puesta a punto que han renovado sus entrañas
            Los espacios públicos de Xátiva también disfrutan de esa reinventada vida urbana, que ha trasladado el siglo XV al recién estrenado cambio de milenio.  Imitando el ritmo de un ejercicio confidencial e íntimo, el rumor del agua de las históricas fuentes acompaña los pasos de viandantes y las conversaciones de esquina entre vecinos y conocidos. Las ruedas de los coches se deslizan por los brillantes adoquines como si pertenecieran a carruajes sin caballos, temerosas de producir ruidos incómodos para los residentes del centro histórico de la ciudad. Setos y macetas con flores de temporada, bancos para sentarse en rincones inesperados, acompañan al paseante en esta ruta marcada por un silencio histórico, en la que no es difícil reconstruir e imaginar la increíble vida social y urbana que marcó a Xátiva durante la etapa más floreciente de la historia valenciana.
            El viajero que ahora se pierde por el entramado de calles longitudinales y transversales de su núcleo antiguo constata que los setabenses llevan ya unos cuantos años comprometidos en la segunda reconstrucción de la ciudad. Esa puesta a punto para encarar los siglos venideros, ya tuvo una primera reconstrucción en el siglo XVIII, después de que el rey Felipe V mandara el saqueo e incendio de la ciudad por no aceptar el nuevo estado centralista impuesto por sus tropas borbónicas. La destrucción llegó tras perder los valencianos la batalla de Almansa frente al monarca. Aquel primer renacimiento de las llamas dejó una impronta de orgullo local, que sigue viva en cualquier conversación que se mantenga con los oriundos del lugar. El reto de hoy, en opinión de los setabenses, afecta sobre todo a la recuperación de una trama urbana, donde es posible vivir de nuevo con la integración de las comodidades de una ciudad moderna, asi como a la contextualización cultural de todo su legado patrimonial  y a la urgente rehabilitación de algunas joyas arquitectónicas cuya existencia futura estaba en peligro.
            El descubrimiento de Xátiva admite todo tipo de paseos, ajustados a la curiosidad y capacidad física del visitante. Se puede pasar de la visión de los pequeños objetos y elementos urbanos que marcan su fisonomía, a las importantes e interesantes historias que  encierran esas huellas del pasado, pequeñas o grandes, cercanas o lejanas, visibles o invisibles, viejas o renovadas, destrozadas o recuperadas. Porque tras una aldaba puede esconderse el linaje del Marqués de Montortal, benefactor de la vieja ciudad, porque con el rumor de una fuente reconstruimos el llanto de un recién nacido que luego fue el papa Alejandro VI, porque detrás de unos preciosas rejas que nos captan la atención por un instante está escrita la historia social del Hospital Real, ejemplo elocuente de cómo se regeneró la ciudad, tras ser incendiada por designio monárquico. Es una urbe que interesa tanto al que disfruta con lo que encuentra de manera espontánea en su azaroso paseo sin echar mano de una información previa,  como al visitante bien informado que busca corroborar aquello que ya ha aprendido antes en las páginas de libros y guías.
             El itinerario longitudinal por excelencia en Xátiva atraviesa de uno a otro lado el centro histórico. Tiene como límites urbanos y puntos más altos la cornisa de la Serra Vernisa y el castillo, y en la parte baja las copas de los grandes árboles de las avenidas Selgas y Jaume I. Las calles Corretgeria (antigua calzada romana) y Moncada marcan los tramos centrales de las dos rutas urbanas, una de ida y otra de vuelta, pensadas para espíritus acomodaticios. Los principales monumentos de la ciudad ofrecen todo su esplendor en este recorrido urbano, que durante siglos estuvo protegido por una soberbia muralla que ascendía por los extremos laterales hasta la sede de la fortaleza del castillo. En el jardín del Beso y la Fuente de los 25 caños, situados en el lado oriental, se conservan restos del lienzo de aquella fortificación. Las huellas de las ciudades medieval y moderna acompañan siempre este deambular callejero. Todo se ha modernizado en Xátiva, pero sin embargo las rutas a pie siguen siendo las mismas de nuestros antepasados. La trama urbana persiste en su eficacia de intercomunicación social como si fuera un fósil incorruptible.
            Los diferentes accesos y portales que permitían la entrada al recinto medieval (Cocentaina, Valencia, del Lleó, Sant Francesc, Santa Tecla etc.) marcan ahora el sentido de los itinerarios transversales que se pueden  realizar por el interior de la vieja Xátiva, y para ello el viajero debe estar dispuesto a subir y descender rampas, ascender por escaleras, calles y sendas hasta alcanzar la cota deseada. En este esforzado itinerario alcanzar la cima del castillo compensa al visitante por encontrarse con edificios históricos de gran belleza y espacios turísticos de recomendable parada y fonda. El ascenso al Castillo, en el caso de la capital de la comarca de La Costera, es también un itinerario urbano indicado para quienes les gusta descubrir el verdadero sentido de una ciudad situándose en el punto más alto. De ese modo se puede contemplar con una mirada amplia el conjunto urbano, sus diferentes zonas de desarrollo, el entorno geográfico y social que lo protege, el corazón, tronco y extremidades de esta urbe viva y reconstruida por segunda vez.
           
 

viernes, 20 de enero de 2012

LOS PLACERES HUERTANOS DEL REY SOL


El Rey Sol transformó el parque de Versalles en una residencia de lujo donde  los mejores arquitectos y artistas de la época pudieran desplegar sus innovaciones. La ordenación del espacio estaba orientada a mostrar de manera eficaz que la razón de ser de la vida social y política del país descansaba en el poder absoluto del monarca. Pero el legado que dejó Luis XIV en la Francia del XVII no solamente permite comprobar ahora en el escenario urbano de Versalles aquella estela de gobernanza absoluta que aplicó a sus actuaciones, sino también aspectos más privados de unas aficiones y gustos, que con frecuencia intentó alimentar a espaldas de los fastos palaciegos y los protocolos internacionales.
A escasos metros de palacio se reservó un espacio de 9 hectáreas, conocido como Le Potager du Roi (la huerta del rey)  para podar árboles frutales y cultivar exóticas legumbres que luego fueran ingredientes esenciales en las cocinas de la Corte. Conocida era la pasión de Luis XIV por comer los primeros higos maduros de su huerta, que se enviaban a donde estuviera de viaje para calmar su ansiosa espera. El desafiante monarca de las guerras europeas se transformaba en agricultor apacible cuando de regreso a Versalles cogía la azada y las tijeras de poda en su ordenada huerta, más cercana a la fisonomía de un jardín clásico que a una huerta del campo valenciano.
 



Las legumbres crecían junto a numerosos árboles frutales, cuya forma especial de poda ofrece hoy ejemplares desarrollados en un solo plano, pegados a la pared o a estructuras metálicas, con largas ramas horizontales o verticales, auténticos brazos de candelabros gigantes, dispuestas a recibir todo el sol y el calor posibles entre muros que los protegían del mal clima.
Este capricho verde del Rey Sol ha llegado a nuestros días como sede de la Escuela Superior de Paisajismo del país vecino, donde se compagina la enseñanza práctica con la explotación intensiva de más de 900 especies de frutas y hortalizas selectas. La producción anual de 30 toneladas de frutas, en especial manzanas, peras, higos, melocotones y albaricoques, y de 20 toneladas de legumbres es una excelente fuente de recursos económicos que permite garantizar en parte la investigación y el cultivo con métodos ecológicos y naturales. En la tienda de la escuela se pueden comprar esos productos para consumirlos en la cocina de casa. Pero la producción no es el objetivo principal del proyecto, ni tampoco la razón por la que se mantiene vivo y abierto. Se trata de seguir practicando una técnica tradicional de cultivo de frutales y legumbres en la que la poda es un arte de construir, con paciencia de años, esculturas vivas a la vez que caducas.
Al visitante, y sobre todo si la estancia se produce en otoño cuando los frutales duermen, estos aspectos visuales son los que más le sorprenden. El itinerario por las diferentes terrazas, el estanque central, el acceso por la puerta dorada del Rey, los invernaderos abiertos bajos las terrazas, el paseo intramuros que conserva el calor frente a los aires fríos y las bajas temperaturas, produce al observador la sensación fantasmagórica de estar rodeado por monstruos de cinco o siete brazos que miran al cielo tras años de esfuerzo e ingenio por conseguir esas caprichosas formas de cultivo de frutales.
La huerta diseñada por Jean-Baptiste La Quintinie (1624-1688), un abogado transformado en precursor de ecologistas después de un sorprendente viaje por Italia, esta dividida en una treintena de cuadrantes, especializados en cultivos diversos, con las legumbres situadas en la parte central y los frutales entre los muros de los itinerarios circundantes. El mantenimiento de una de esas parcelas corresponde  a los estudiantes de la Escuela, donde compaginan la ordenación del paisaje, con el cultivo de la huerta y el cuidado de animales de granja.


La Quintinie fue precursor en los cultivos huertanos pues consiguió complacer el paladar de Luis XIV al ofrecerle las fresas maduras en marzo, los espárragos en diciembre, los higos a comienzo de verano y las cerezas en el mes de las flores. Esas técnicas siguen practicándose en la actualidad. Los monitores que informan al visitante en el recorrido insisten que pese a la carrera tecnológica del mundo actual, en la ordenada huerta de Luis XIV los buenos resultados proceden del amor a la tierra y a todo lo que esta puede producir con agua, abono y una poda adecuada en cualquier estación del año.